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La última carta

Monumento a Uehara Ryoji en Ikeda, Nagano
Monumento a Uehara Ryoji en Ikeda, Nagano

Soy profundamente consciente del grandísimo honor que me ha sido otorgado al seleccionarme como miembro de la Unidad Especial de Ataque (Unidad Especial de Ataque Shinpū), que es considerada la más elitista de las fuerzas ofensivas al servicio de nuestra madre patria.


Sin embargo, sé que mi esfuerzo es en vano, pues la libertad no puede ser cuestionada. Mis pensamientos sobre este asunto derivan de la lógica que ha guiado mis años de estudio, eso que algunos llaman liberalismo. Como decía Benedetto Croce: «La libertad es tan concluyente en la naturaleza humana que es absolutamente imposible destruirla». Opino como el filósofo italiano: es un hecho incontestable; la libertad prevalecerá, avanzando incluso por vías subterráneas cuando aparentemente, en la superficie, haya sido suprimida.


Es igualmente inevitable que una nación totalitaria, por mucho que florezca temporalmente, caiga finalmente vencida. El destino de las potencias del Eje confirma esa verdad. ¿Qué decir sobre la Italia fascista? La Alemania nazi también ha sido derrotada, y vemos que todas las naciones autoritarias están cayendo una tras otra, exactamente como edificios sin cimientos firmes. Siempre ha sido así en el pasado, la Historia lo muestra sin excepción.


Y mi afirmación es cierta, la tierra de mis antepasados sufrirá una derrota sin paliativos. No me importa, yo seré feliz. Las guerras son enfrentamientos entre ideologías, y el resultado de ésta es previsible. Mi sueño de ver a Japón –mi amada patria– convertirse en un gran imperio, como antaño lo fue el Imperio británico, se ha desvanecido. Si se hubiera escuchado a los japoneses que verdaderamente aman a su país, no estaríamos en esta situación tan desastrosa.


En parte, como dice un amigo, es cierto que los pilotos de la Unidad Especial somos tan sólo una pieza de la maquinaria; un mecanismo orgánico que dirige los controles del avión –desprovisto de personalidad, de emociones y, ciertamente, de racionalidad–. Somos como un filamento de hierro depositado sobre un imán diseñado para ser atraído por un portaaviones. Este acto, inexplicable dentro de una lógica racional, parece atraer precisamente a aquellos con disposiciones suicidas. Asumo que este tipo de fenómenos es percibido como algo peculiar de Japón, una nación con una espiritualidad única. Es posible que nosotros, los que tan sólo somos una parte ínfima del engranaje, no tengamos derecho a hablar, pero deseamos y pedimos fervientemente una cosa: que todos nuestros compatriotas aúnen sus fuerzas para hacer de Japón una gran nación.


Pilotando mi avión quizá no sea más que una pieza en la maquinaria, pero cuando aterrizo y pongo los pies en el suelo, de nuevo soy una persona, con emociones y deseos humanos, y pasiones también.


Al fallecer mi amada, sentí que mi espíritu también moría. Pero ahora sé que volveremos a encontrarnos en el paraíso, donde me espera. Para mí, la muerte no es más que el camino que nos reunirá de nuevo.


Al amanecer atacaremos. Y aunque mis sentimientos sean intensos –y extremadamente privados–, los he relegado tan honestamente como he podido. Por favor, disculpa mi estilo descuidado y sin orden.


Mañana abandonará este mundo un creyente en la libertad. Su figura muestra una apariencia desolada, pero te aseguro que su corazón rebosa alegría.


He dicho todo lo que tenía que decir de la manera que quería decirlo. Aceptad mis disculpas por esa falta de decoro. Bien entonces.



Ryōji Uehara 上原 司
Ryōji Uehara 上原 司